Linde Escondido 

Nadie sabe con certeza de qué bosque vino la madera. Solo se dice que fue hallada en el claro más profundo, donde los árboles se inclinan como si guardaran un secreto. El carpintero que la descubrió no buscaba materia prima, sino respuestas. Y en ese linde —ese borde entre lo salvaje y lo humano— encontró un tronco que parecía esperarle.

Linde Escondido nació de esa frontera. No es una mesa que se impone, sino que invita. Su diseño es sobrio, pero si la miras con atención, hay curvas que recuerdan raíces, y sombras que parecen ramas. Tiene algo de bosque en su presencia, como si al sentarte en ella, el mundo se hiciera más lento, más íntimo.

Dicen que quien come en Linde Escondido siente que está en tierra neutral: ni en la prisa del día ni en el silencio de la noche. Es el lugar donde las conversaciones florecen sin esfuerzo, donde los gestos pequeños —un roce de manos, una mirada larga— se sienten como rituales.

No tiene adornos innecesarios. Su belleza está en lo que sugiere, no en lo que muestra. Como ese sendero que se pierde entre los árboles y que, aunque no lo sigas, sabes que lleva a algún sitio importante.